domingo

Camarón en Estocolmo

No hay nadie que con dos copas encima sea capaz de negar que si dice que le gusta el flamenco es por una sola razón: porque los gitanos le dan miedo. Que sí, que vale, que ver a un fulano llorando anacolutos en una silla de enea puede tener su gracia y su interés antropológico, pero de ahí a que a uno le entre por la oreja lo que canta va un trecho. Es algo parecido a lo que pasa con el ‘blues’ primitivo: no el que los blancos (y los negros que querían ser como ellos) domesticaron y masticaron en los sesenta, sino el de antes. Robert Johnson grabó unas canciones rasposas e indisfrutables por el oído humano, pero, cojones, era negro, y a ver quién se pone delante de un hermano de Harlem y se caga en sus raíces. Además, adornó su leyenda con historias sobre pactos con el diablo, algo que siempre garantiza la transigencia de la propia generación y de las futuras: nosotros no creemos en estas cosas, pero las dejamos quietas por si acaso. Lo mismo pasa con el ‘hip-hop’, y cuando digo que lo mismo pasa quiero decir que es otra mierda, pero por algo los MC del ramo se preocupan de consignar en sus rudimentarias letras que llevan pistola y son de gatillo fácil, además de tener la piel tirando a café con leche. Que si yo he escrito lo que aquí pone es porque me consta que 50Cents no sabe leer y no se va a enterar de que lo he dicho: si no, otro gallo nos cantara, mejor o peor que él.

Se entiende que todo esto es atávico, una cosa cocinada en el genoma al fuego lento de los milenios: los gitanos de hoy no van a venir a ajustarnos las cuentas porque difícilmente van a encontrar el camino a la civilización desde sus poblados, y los negros no son peligrosos porque están demasiado ocupados intentando que les dejen sentarse en la parte de delante de los autobuses como para pasar a reivindicaciones secundarias, como la de que se aplaudan sus ancestrales gorgoritos. Pero, por difuso que sea, el pavor que infunden sigue ahí, dando lugar tanto a genocidios como a reportajes a cuatro páginas en el Rockdeluxe. Es muy fácil decir que no os gusta Madonna, porque ella, como sus equivalentes del ayer, no tiene dos hostias y sus 'fans' (homosexuales de mediana edad, exclusivamente) son gente centrada que no tira de 'spray' de pimienta o tronchapitos así por las buenas. Pero atreveos con los jinchos y con los morenos, que llevan el peligro pigmentado en la piel, como las avispas. Y sí, ahora alguien dirá que con Camarón se le ponen los vellos de punta y que el sonido de un dobro del Misisipi le hace cerrar los ojos y oler los campos de algodón del viejo Sur. No voy a ocultar que a mí también me pasa, pero seguro que eso tiene un nombre y está relacionado de alguna manera con el síndrome de Estocolmo.

4 comentarios:

guillermo dijo...

jajaja, que ne he reído, tío. Eso del miedo pigmentado en la piel, como las avispas, es bueno.

guillermo dijo...

jajaja, que ne he reído, tío. Eso del miedo pigmentado en la piel, como las avispas, es bueno.

Jon Alonso dijo...

Sr. Camilo. Me gusta su post y aún más, el mítico Camarón y R. Johnson. Al igual,que Bukka White. Lo llevo, directamente a mi barra de favoritos. Saludos

manipulador de alimentos dijo...

Je, miedo a los gitanos... Ingenioso a la par que estúpido. Saludos!!!