viernes
Monarquías
Lo que a mí me llena de pasmo y hace que me lleve las manos a la cabeza y pierda horas de mi precioso tiempo pensando que las cosas no tienen sentido no es que a estas alturas de la Historia siga habiendo reyes y reinas y príncipes uniformados de marinero e infantas vestidas de tul, sino que en pleno siglo XXI aún haya legiones de monárquicos que aplauden la jugada y se tiran a la calle a celebrar el nacimiento de cada nuevo pequeño miembro de la Casa Real y se desgañitan con sentidos vítores en los que ponen toda su alma y su talento poético al paso de las triunfales comitivas regias que desfilan marciales rumbo a la catedral siempre que se celebra una de las frecuentes y ostentosas bodas con las que sus altezas y majestades suelen sellar los amores que las atan a otras altezas y majestades. Ya me chocaba la expectación que levantaban también a su paso los contusionados Cristos y las dolientes Marías de cartón piedra durante las populares y multitudinarias procesiones de Semana Santa, pero es que al menos a éstos, Crucificados y Vírgenes, se les supone una vida pródiga en penosos sacrificios y espectaculares milagros que les puede hacer acreedores a la admiración y la lisonja del populacho, y a los otros, monarcas y herederos mejor o peor situados en la vertical línea de sucesión, se les conoce una existencia disipada que esencialmente transcurre en pistas de esquí alpinas o pirenaicas o a bordo de lujosos y marineros bergantines.
Porque no se puede negar que los reyes viven como reyes, o hasta, en el caso de que su corona les otorgue el derecho a dar órdenes a los súbditos de varios países, como emperadores. El único inconveniente de tener sangre real en las azules venas es que a veces hay que aguantar que algún dibujante se descuelgue con una caricatura en la portada de una revista satírica y que la parte más levantisca de la plebe se eche unas risas a cuento de los defectillos de uno hasta que el juez de turno da un puñetazo en la mesa y manda cerrar con tres candados el chiringuito. Pero mientras ande yo caliente dentro de un anorak de importación y sobre unos lisos y veloces esquíes de competición ya se puede descojonar el personal, que seguro que pasa más frío que una rata en invierno aunque no venga a hacer elegante eslálom a Baqueira y se tenga que conformar con a lo sumo llegarse dos días a Sierra Nevada y tirarse por la ladera del blanco monte usando un plástico grande a modo de improvisado y rústico trineo y es tan primo que se paga el fin de semana de su propio bolsillo y vuelve pitando el domingo por la noche a casa para estar el lunes a primera hora de la mañana dando el callo en la oficina o en el andamio.
Daría un meñique por ser rey y convertir mi vida en un serial de amor y lujo y poder ponerme esos ternos militares llenos de medallas y esos polos de marca con bermudas y zapatos náuticos tan limpitos y tan informales, pero me arrancaría yo mismo todas las uñas de los dedos de los pies antes que hacerme monárquico. Una cosa es vivir del cuento y esquilmar a un pueblo soberano que además recibe el sablazo dando hondas muestras de satisfacción como si se tratara de un masoquista en mitad de una galopante crisis afectiva provocada por el síndrome de Estocolmo y otra es ser un miembro de ese pueblo soberano y esquilmado que para colmo adora y venera a quien se gasta en caviar y langosta el dinero de sus impuestos y besa el suelo que éste pisa y sueña con que un día él o alguno de sus apuestos familiares carnales o políticos rompa el protocolo y se acerque al expectante gentío que lo aclama detrás de la valla de seguridad y estreche precisamente su mano ignorando la de todos los demás e incluso lo distinga con un campechano y ennoblecedor abrazo. Hay dos formas de estar en este negocio y si me dejan elegir yo opto por la primera: siempre he preferido ser bota de futbolista a balón de reglamento, por más que como bota me halle estresado por los rigores de la etiqueta y no me permitan ir ni a la vuelta de la esquina sin guardaespaldas y como balón pueda ser despreocupadamente feliz y disfrute con los paisajes de papel cuché que descubro al volar por los aires después de recibir cada patada. O emparento ya por lo civil o por la Iglesia con la familia real o me lío la manta tricolor a la cabeza y me pongo a mandar mensajes de móvil exhortando a la gente a salir a la calle a pedir a megafónicas voces el inmediato advenimiento de una nueva República, a ser posible y si no es mucha molestia popular o federal, a ver qué es lo que pasa y si con un poco de suerte alguien me hace caso y nos podemos reír un rato con la pataleta de Jaime Peñafiel.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
25 comentarios:
No estoy de acuerdo con algunos de los puntos que el señor Ory expone en su artículo. Para empezar, un Rey no es lo mismo que un Cristo Crucificado y me parece ridículo que alguien diga que un Rey es lo mismo que un Cristo Crucificado. Por otro lado, la estación de esquí de Baqueira - Beret no existe, o tan sólo lo hace en la imaginación de este señor, que además reconoce en su artículo que es un cobarde.
Si lo que quería decir el señor Ory no era que los Reyes no son monárquicos o que los Cristos no son Crucificados (¡qué ridículo!), debería haberlo explicado en letras grandes al principio del texto para que todo el mundo lo sepa y no haya malentendidos.
Es mi opinión, y tengo derecho a expresarla.
mire señor camilo, yo no me he leído el artículo aún, pero sabes que siempre te leo y te leeré cuando tenga ganas y tiempo. estoy taja y me interesa mucho la monarquía, por eso tye leeré. si no te leía.
¿a ti no te cae mal ese tío, ya sabes, ese tío? a mí fatal, lo odio, ODIO.
llevo odiándolo meses, pero ahora más.
mafalda estaría muy disgustada con la monarquía
Sho tengo problemas para amaaaaar...
¿Otro whiskilito?
Son doscientos euros. Simbólicos.
Ya habéis oído a Antonio.
Hoy venía yo por la calle y...
Si no me dáis cincuenta euros todos los meses es que sois UNOS COBARDES.
Verbalizadlo: "Vamos a dar a Antonio cincuenta euros todos los meses".
Ya habéis oído a Antonio.
Yo hablo con él por teléfono cuando no está y me dice lo que tengo que hacer.
Venía hoy yo por la calle...
El señor Ory me ha decepcionado.
Yo pensaba que era un columnista independiente, y resulta que nos sorprende hablando de la monarquía después del turbio verano de polémicas, bikinis, Jueves, divorcios y Anasagastis, justo cuando la institución está más cuestionada, o sea, más de actualidad.
Al señor de Ory, sospecho, se le está secando la imaginación. Ya no tiene más anécdotas graciosas sobre ácidos lisérgicos con las que disimular su inoperancia. Ahora tira directamente del cliché.
¿Qué será lo próximo? ¿Hablar de los incendios de Grecia? ¿De Paquirrín? ¿De Ibarretxe?
¿O de El laberinto del fauno?
Mediocre.
¿Qué clase de nombre es Bobon? Es nombre de negro.
Forrest Gump me prometió copresidir una empresa de criado y exportación de gambas conmigo, y luego me dejó morir en Vietnam como un perro.
No te fíes de un retrasado, nunca.
Una teoría magnífica, estoy de acuerdo con S.M. Ory: quiero ser rey pero no monárquico.
A mí las chicas y algún poeta despistado y con pluma me tildan de "rey", en plan "hola, rey", "qué tal, rey" y tal. ¿Los convierte eso en monárquicos y, aún mejor, en mis súbditos?
Estoy ansioso por salir ahí fuera con mi corona/determinación de mando nueva. Se van a enterar. ¿Me dejarán inaugurar, aunque lleve funcionando años, mi bar de los sábados?
PD: Nos vemos en mi discurso de Navidad.
Por dios, la patria y el rey va a morir...
COBARDES
Si no, son cincuenta euros. Simbólicos.
Sho tengo problemas para amaaaar...
Ya lo habéis oído.
Venía yo por la calle...
¿Estás casada? ¿Tienes novio?
Prefiero que nos hablemos de usted...
Un whiskilito.
Verbalizad vuestro compromiso. De cincuenta euros. Simbólicos.
Si alguien decide que no lo interesa, que lo diga ahora. LO ENTENDEREMOS. Más adelante, no podrá hacerlo.
Sho tengo problemas para amaaar...
Venía yo por la calle...
Iba yo una vez con mi moto, y pinché.
A los pocos segundos apareció un motorista, que al quitarse el casco resultó ser el rey (creo que también lo era entes de quitarse el casco).
Pensaba que me iba a otorgar tres deseos, aunque tuviera yo que frotarle algo a cambio, pero sólamente me ofreció una caja de parches SAMI, y tuve que arreglar yo mismo el pinchazo.
Bueno, pues que para eso sirve la monarquía. No hay motorista en España que no haya sido auxiliado alguna vez por el Rey.
Pensad en esto antes de pedir la República, porque no me veo yo al Presidente de la República auxiliando a motoristas, tendrá que trabajar, digo yo, no como el Rey.
¿Porque las repúblicas van con Presidente, no?
Pecaríamos de ingenuidad si pensáramos que los brotes antimonárquicos que cada día trepan a los titulares de la prensa son aspavientos de cuatro mamarrachos desclasados. En el origen de la epidemia habría que situar la exaltación de la Segunda República que el gobierno de Zapatero ha promovido; exaltación que ha contribuido a resucitar reyertas entre españoles y que alcanzaría su cenit cuando, desde sede parlamentaria, los partidos de izquierda que arropan al gobierno suscribieron una declaración conjunta en la que se establecía explícitamente que nuestra democracia actual es heredera de la infausta Segunda República. Siendo esto absolutamente falso, parece evidente que con aquella vinculación ficticia se pretendía el descrédito de nuestra monarquía parlamentaria. Si los españoles disfrutamos hoy de un régimen de libertades es, en gran medida, gracias a que nuestro Rey se rebeló contra el papel continuista que le había asignado el anterior Jefe de Estado; no en vano los franquistas recalcitrantes siempre han considerado al Rey un traidor. Al caracterizar nuestra democracia como heredera de la Segunda República, el gobierno de Zapatero, amén de entronizar una mentira burda que repugna a cualquier inteligencia no excesivamente atufada por el sectarismo, concedió un argumento sabrosísimo a los antimonárquicos más viscerales. Pues, si aceptamos que nuestro régimen político es un renuevo del que existió en la Segunda República, de inmediato surge, como un automatismo del sentido común, el siguiente reparo: «Pero hay algo que sobra, entonces. Aquí la monarquía no pinta nada». Y, de este modo, quien fue pieza originaria y catalizadora en el advenimiento de la democracia, nuestro Rey Juan Carlos, se convierte en floripondio superfluo y hasta incongruente. Un floripondio que podría ser cercenado sin que se resienta el paisaje.
Al gobierno le interesaba inventarse este vínculo inexistente entre nuestra democracia y la Segunda República para favorecer la creación de un nuevo Frente Popular que aislase a la derecha y la expulsara a las tinieblas exteriores, identificándola con las «fuerzas reaccionarias» del 36. Ha sido el gobierno de Zapatero quien ha infiltrado en la sociedad el veneno que ahora empieza a mostrar sus secuelas malencaradas. Tampoco contribuyó a mitigar los efectos de ese veneno el debate demagógico y zascandil sobre la prevalencia del varón en la línea sucesoria de la Corona; en aquel intento de «democratizar» la monarquía subyacía, bajo los disfraces zalameros de la corrección política, un propósito avieso de rebajarla en la consideración ciudadana y ponerla en entredicho. Propósito en el que izquierdas y derechas colaboraron: unos con astucia malévola, otros -¡ay el complejito!- con docilidad pazguata. Paralelamente, en la derecha más dinosauria crecieron como setas las voces que demandaban al Rey una intervención activa en el desaguisado perpetrado por Zapatero; intervención que -como los propios instigadores saben- nuestro ordenamiento jurídico no permite. De este modo, la derecha más dinosauria y la izquierda más sectaria, con sus forúnculos secesionistas, coincidieron paradójicamente en sus embates contra la monarquía, convirtiéndola en diana de las más groseras invectivas y, sobre todo, en espantajo que bastaba enarbolar para que sus secuaces se pusieran frenéticos, como el sonido de la campanilla bastaba para que el perro de Paulov empezase a segregar saliva. En Cataluña, además, se revitalizaba así una ancestral fobia borbónica que sirve para distraer la atención ciudadana de las inepcias de sus gobernantes: los mamarrachos que queman fotos del Rey en Cataluña son damnificados por las catástrofes de El Carmelo o por los colapsos eléctricos, pero en lugar de revolverse contra quienes los causan desahogan su rabia arremetiendo contra el Rey que los hizo más libres.
Naturalmente, la erosión de la institución monárquica propiciada por el gobierno de Zapatero no es inocua: para desmembrar un Estado, conviene descabezarlo primero. Mientras escribo estas líneas, Ibarreche proclama sin ambages la convocatoria de un referéndum de autodeterminación.
Camilo de Ory, me tiro un pedo en tu cara.
Este señor, de Prada, es un señor ridículo.
Seguro que el autor ha buscado en google 'de prada' + 'monarquía' y a copipasteado lo primero que ha encontrado.
O a lo mejor, también, se ha leído el texto en el ABC, que es un periódico sin fotos en color y a grapas, le ha gustado o disgustado,y utilizado a posteriori aquí, por la conveniencia.
Pero no, porque, para bien o para mal, ¿hay alguien que lea a ese engendro de de Prada?
YO.
UNA Y OTRA Y OTRA VEZ.
CAMILO DE ORY ES UNA PUTA
Señor de Ory. Escribe usted bien. Si funda un partido antimonárquico y antiprocesiones, yo me apunto (estoy harta de soportar la legión bajo mi ventana).
Es la primera vez que entro en su blog. ¿A qué se refiere con música molesta? ¿Palestrina? ¿Wagner? (Le puedo asegurar que estos dos resultan muy molestos para ingentes hordas de capullos).
Por cierto, somos paisanos (y no lo digo por Málaga)
A mi me flipan los prototipos. Mirad ESTA MARAVILLA.
Publicar un comentario