miércoles

Ortodoxia

Si coges La casa de Bernarda Alba, cambias a Bernarda por un travesti y metes tres chistes de pedos, tienes una película de Almodóvar. Si coges La casa de Bernarda Alba, cambias a Bernarda por un San Bernardo rabioso y a sus hijas por un grupo de habitantes de Connecticut, tienes Cujo, de Stephen King. No recuerdo qué teórico sostenía que el número de situaciones dramáticas es limitado y que narrar viene a ser repetir una y otra vez los mismos esquemas, pero coincido con él en que contar una historia es contar otra vez la historia de siempre: tenemos en la cabeza algo parecido a un croquis de cómo deben ocurrir las cosas y nos gusta que quien venga se limite a completar los espacios en blanco. Cuando un perturbado o visionario los rellena con material poco corriente, decimos que ha nacido una vanguardia: entonces nos las damos de sinceros y aseguramos que no entendemos nada o nos ponemos la medalla de que lo comprendemos todo. Al poco, las aguas vuelven a su cauce y el género humano al confort de lo ya sabido, o por lo menos eso es lo que ha venido pasando hasta ahora.

Supongo que este mecanismo es el que hace que los niños exijan que les cuenten siempre el mismo cuento y reaccionen con desconcierto o ira si uno cambia aquí o allá algún detalle, porque si no ya me explicarán a qué responde tan rígida conducta, confirmada por siglos de observación pediátrica. Tratemos con menores o con adultos, proceder contra natura puede ser doloroso, y aunque llega un momento en que la experimentación es necesaria para avanzar, lo mejor es asentarla sobre las bases de lo mil veces probado. La moraleja de todo esto es que, si queremos que la obra de arte que tenemos entre manos funcione, haremos bien en ceñirnos un corsé de ortodoxia bajo la camiseta de la innovación y sacar un solitario pie del tiesto, con el otro bien plantado en tierra fértil. Con eso suele bastar, y con tener los cuatro conceptos básicos claros, algo que no siempre ocurre. Porque Almodóvar cree que una menopáusica que se tira pedos es poesía, y todo el que ha leído a Becquer sabe que las cosas no son así.

2 comentarios:

don Gerardo de Suecia dijo...

Un saludo cordial desde Suecia!

Ana Vera dijo...

Propp, Vladímir Propp