El domingo 22, los andaluces tendrán que hacer caso a su himno y
levantarse para ir a votar. Aquí presentamos a los tres principales candidatos
Sé que vosotros veis nuestras elecciones como una especie de
maratón televisivo de Los Morancos, pero a los andaluces nos interesa mucho lo
que pueda ocurrir en ellas. Estoy de acuerdo en que los candidatos son como de
chiste de Pepe Da Rosa y en que cuando hablan uno se arrancaría por palmas si no
se hubiera quedado helado por lo que acaba de oír, pero os rogaría que nos
tomarais en serio. Tenemos nuestro corazoncito y además lo que nos pase hoy les
puede pasar a los demás mañana. Somos el burbujeante tubo de ensayo de la
democracia y os conviene estar atentos por si explotamos, o por si, por el
contrario, el contenido del vaso se revela como una líquida piedra filosofal capaz
de convertir el plástico duro de la desesperanza en el oro de la salida de la
crisis, que el Hado es caprichoso y nunca se sabe. Lo bueno de las regiones
periféricas es que uno puede estudiar lo que pasa en ellas con cierta distancia
emotiva que facilite el análisis, y Andalucía es tan periférica como ninguna,
aunque secularmente se ha mantenido al margen de veleidades independentistas y
sus habitantes no hemos tenido el empuje necesario como para inventarnos un
idioma propio en el que subrayar el hecho diferencial. Eso nos convierte en una
Miniespaña casi perfecta, que comparte un gran número de genes con la España
global y es por ello tan apta para la experimentación social como lo pudiera
ser un ratón de laboratorio perezoso y bajito. Venced vosotros la pereza, despertad
de la siesta de la razón y asomad la cabeza por encima de la valla del cortijo para
conocer a nuestros candidatos.
Susana Díaz lleva las de ganar porque en Andalucía siempre
gana el PSOE, porque es la actual presidenta inelecta, lo cual le ha otorgado
una visibilidad que de momento no se ha vuelto en su contra, y porque responde
a una tipología de probado tirón electoral en estas tierras. A los andaluces
nos gustan los políticos cercanos, y preferimos mil veces votar a la frutera
que a un notario porque nos identificamos más con ella que con él. Susana Díaz
no es una frutera de mercado tradicional al estilo de Celia Villalobos, triunfadora
de signo opuesto que se mantuvo durante años en la alcaldía de Málaga antes de
ascender al olimpo nacional y que aun hoy sigue regalándonos momentos grandiosos,
sino más bien una dependienta de gran superficie, que manipula las berenjenas
con guantes de plástico y siempre da las gracias al cliente con la fórmula que
marca la empresa. Tradición y modernidad. Acento cerrado y desprejuiciados anacolutos,
sí, pero también pseudotecnicismos y muletillas de diseño. Un caballo ganador,
y con esto no estamos haciendo alusión a su dentadura, cuyo impacto visual no
le alcanza como para convertirla en recurso publicitario, como lo fueran la
ceja de ZP, el bigote de Aznar y la colosal cabeza de Chaves o lo es la coleta
de Pablo Iglesias. Susana, además, tiene el suficiente desparpajo,
probablemente derivado de la inconsciencia, como para mirar a los ojos del
elector y decirle que ella no sabía nada de todo aquello de los ERE sin que la
vergüenza haga que la voz se le quiebre y el rubor aflore a sus mejillas, y eso
en la política moderna es un activo.
Juan Manuel Moreno Bonilla es más nuevo en esto y no se le
conoce demasiado. Criado a bellota en las Nuevas Generaciones del PP de Málaga,
saltó a la fama doméstica hace unos años, cuando se descubrió que su brillante
currículum era una creativa invención suya o de su equipo de asesores. Algo
como lo que contaban que hizo Monedero, pero en esta ocasión de verdad y a lo
grande. Moreno Bonilla presumía de tener una licenciatura en Dirección de Empresas
y un máster en algo por el estilo que luego resultó que no existían. Hace un
par de años, ya cuarentón, obtuvo un grado en Protocolo y Organización de
Eventos, que a mí me suena a eso de poner la cuchara a la derecha y el tenedor
a la izquierda, y es que ahora se le llama grado a cualquier cosa y hay titulaciones
que avalan las habilidades menos universitarias que a uno se le puedan ocurrir.
El dato más estremecedor del historial académico de este buen señor es el que
dice que, previamente a todo, es decir, previamente a casi nada, inició y no consiguió
acabar la carrera de Psicología en la UMA. A juzgar por las fechas que constan
en el informe con el que me he documentado, en la Facultad debió de coincidir
con otras tres luminarias como El Malaguita de la película Torrente, Pablo Pineda y
yo mismo. Él no terminó y nosotros tres sí. Yo lo hice borracho y os aseguro
que es muy, muy fácil. No obstante, el Universo tiende a ordenarse solo y
ofrece segundas oportunidades a quienes las merecen: la actividad parlamentaria
andaluza no es muy exigente, y si Moreno Bonilla no fuera elegido presidente tendría
tiempo para estudiar algo por las tardes y volver a ser el hombre de provecho
que un día fue en la ficción curricular.
Teresa Rodríguez es la cabeza de lista de Podemos. Es visualmente
todo lo contrario a Moreno Bonilla, y si uno los pone juntos se da cuenta de
que son como los protagonistas de Ocho
apellidos vascos, aunque con ellos no hay necesidad de cruzar Despeñaperros
para apreciar el choque de mundos: son dos planetas que orbitan, giran y se bambolean
en ese soleado microcosmos que hay al sur de Sierra Morena. Teresa es de Cádiz,
pero encarna ejemplarmente a la joven vecina de Getxo que casi todos llevamos
dentro y que siempre está a punto de prenderle fuego a un contenedor de basura,
y a Juan Manuel es difícil imaginarlo sin una medalla de la Virgen del Rocío
colgada del cuello, una pulsera con la bandera de España en la muñeca y un
rebujito en la mano, lo cual da bastante más miedo que lo otro, o al menos me
lo da a mí que soy bastante descreído con las tradiciones. Hace no mucho,
Teresa Rodríguez apareció desnuda en unas fotos robadas que corrieron por
Internet y saltaron a los medios de comunicación convencionales, siempre
atentos a la actualidad, pero luego resultó que la de la foto no era ella,
igual que las licenciaturas de Moreno Bonilla no eran licenciaturas. El posible
elector de Teresa se habrá sentido así subconscientemente defraudado, sobre
todo si llegó a recortar y guardar en la cartera la instantánea, y eso, en unos
tiempos en los que se valora tanto la autenticidad, es un lastre para ella. Si
la foto nos promete Teresa y en realidad nos está dando un clon anónimo y
depilado, ¿qué no ocurrirá cuando estos chicos lleguen al poder?
Díaz, Bonilla y Rodríguez se reparten prácticamente ellos
solos esos gráficos multicolores de quesito que alegran las páginas de los
periódicos y las pantallas de los diarios virtuales en estas fechas. Los otros contendientes
carecen de opciones reales de victoria. Aunque probablemente tengan nombre y
apellidos, los andaluces no los conocemos y tal vez nunca los lleguemos a
conocer, dadas las perspectivas, que no son benévolas con sus aspiraciones. El campeón
de IU es víctima de la invendible trayectoria reciente de su formación y del
auge de Podemos, y el candidato de Ciudadanos andará lamentando que la campaña
no sea un par de meses más larga para confirmar el ascenso que su grupo muestra
en las encuestas. Los demás viven con aún menos alegría: el de UPyD estará
buscando el modo de explicar a sus hijos su fracaso usando al mismo tiempo un
argumento y el contrario, para hacer honor a la difusa y acomodaticia ideología
de su partido, el de VOX matará el rato construyendo murallas mentales que nos
salven de la invasión árabe, el comunismo y los masones y el del Partido
Andalucista se consolará recordando ese pasado feliz en el que sus correligionarios
eran unos comparsas con cierta presencia pública que al menos tenían asegurado
el subir al —casi
testimonial—
tercer peldaño del podio. Alguno de ellos podría alcanzar a última hora el
estrellato y perder la condición anónima por la vía de los pactos
postelectorales: en este terreno, el que parte con ventaja es el de Ciudadanos.
¿Quién no querría pactar con un ciudadano? Los ciudadanos están precisamente
para eso y para ayudarte a cambiarle una rueda al coche. O para darte unas
clases de pesca.
Publicado originalmente en El Estado Mental